BRAM STOKER'S DRACULA es una buena película, cuidada hasta el máximo y con los suficientes estímulos intelectuales y artísticos para que el espectador dedique -después de su contemplación- parte de su tiempo a reflexionar sobre aquello que ha visto. Teniendo en cuenta cómo es, en general, el cine de los noventa, esto ya es mucho.
En el aspecto artístico -y en esto coincide casi la totalidad de la crítica- el prólogo es un alarde de sabiduría cinematográfica.
Aquí encontramos al mejor Coppola; aunque -todo se ha decir- influido por el cine japonés y en particular por el Kurosawa de KAGEMUSHA (película coproducida por Coppola ¡qué casualidad!). Quizás este fulgurante comienzo nos hace albergar esperanzas excesivas que no se materializan totalmente en el resto del metraje.
La idea de ambientar la acción en la fecha en que se editó la novela permite algunas licencias interesantes como la asistencia a una primitiva proyección del cinematógrafo (olvidemos, por favor, las ridículas gafas azules que protegen los ojos del vampiro) o que los trucajes visuales del filme (en particular las -excesivas- sobreimpresiones) nos remitan a las imágenes de las añejas miniaturas de Méliès.
Pero este intento -loable- de recreación de una época y del estilo de una época choca con las muy sofisticadas metamorfosis del protagonista, demasiado numerosas y demasiado espectaculares. El Drácula-amante atormentado se ve eclipsado por el Drácula-polimórfico.
Es excesiva su pelambrera canosa, es excesiva su figura de vampiro-gárgola, incluso es excesiva su figura de vampiro "fin de siècle" con chistera gris y frac a juego iniciando en los misterios del hada verde (es decir, para los abstemios, la absenta) a su amada en un fragmento que tiene más de "spot" publicitario para "epatar" a los modernos que de escena que haga progresar la acción dramática.
Pero, a pesar de todo ello, la película deja una sensación de obra bien hecha, de cine comercial -eso sí- pero inteligente, que hace que sea recomendable no sólo su visión, sino también su revisión. No es, quizás, una obra de arte indeleble en la memoria de los que la han visto, pero sí que es una realización superior a la media de los productos industriales que Hollywood nos ofrece. Puede encandilar, simplemente gustar o desagradar; pero es precisamente esta capacidad de generar polémica lo que la convierte en una película importante -y no sólo del cine fantástico.
Nota 1: Sobre el vestuario de Eiko Ishioka cualquier opinión es válida.
Nota 2: Wojciech Kilar hizo una gran banda sonora, pero su tema final, Love Song for a Vampire (Canción de amor para un vampiro) fue escrita por Annie Lennox.
La película tuvo una buena acogida por el público, y obtuvo 4 nominaciones a los premios de la Academia en 1993, de los que obtuvo tres: Mejor diseño de vestuario, Mejor Maquillaje y Mejor edición de sonido.